miércoles, 17 de septiembre de 2008

El Verbo expropiado por el capital privado


El siguiente artículo fué publicado en "Página 12" el 7 de Abril de 2008. Su autor es uno de los más grandes filósofos argentinos, León Rozitchner.


Se da como cierto que los medios de comunicación –cuarto poder se definen, orondos, a sí mismos– son un poder sagrado, inamovible y absoluto, cuando en realidad son el producto de una expropiación del espacio público convertido en privado. Se presentan como si fueran el fundamento del poder democrático siendo exactamente lo contrario: su acceso está vedado a las diversas corrientes de expresión de la ciudadanía. Forman parte de una estrategia neoliberal mundial –el capital financiero internacional– que compró el dominio de la “opinión pública” al expropiar los medios de ejercerla.
Basta leer los diarios importantes del mundo: todos están defendiendo lo mismo, diciendo lo mismo con las mismas palabras. Su propiedad en nuestro país es tan espuria como el origen de la propiedad de la tierra: aliados del terror y del genocidio. (No olvidemos: una exigencia del poder militar en su ultimátum a Alfonsín requería que la televisión en manos del Estado fuese privatizada: entregada a los grupos financieros en cuyo nombre dieron el golpe.) ¿Podemos hacernos los ingenuos y seguir ignorando que es necesario, para que democracia realmente haya, que los medios sean abiertos a todas las perspectivas de la ciudadanía? ¿Ocultarnos que el éter es un espacio material público que forma parte de la soberanía argentina, isomorfo con su geografía? Como si el golpe de los grandes dueños de la tierra, y los financistas que la convirtieron en fondo de inversión, no formara parte del plan desestabilizador de su estrategia política. ¿No exige entonces, por parte del poder político, nuevas “retenciones” sobre lo que han acaparado para dejarnos hambreados de saber, escuálidos de conocimientos, ignorantes sobre lo que estamos viviendo? Para poder dejarnos sin alimentos los media tuvieron previamente que dejarnos sin palabras.
Para decirlo brevemente: el golpe de Estado mediático de los grandes dueños de la tierra habría sido imposible sin el poder de los grandes dueños de los media.
Todos discuten si fue o no fue un golpe. Lo importante, creo, es que el fantasma de un golpe de Estado, real o fantaseado, es lo que el poder de los medios necesita despertar para que nuevamente los habitantes se rindan a las fuerzas del mercado. Vuelven a suscitar otra vez el fantasma del terror represivo desde aquellos que estaban en el estrado gualeguaychino: la Sociedad Rural, Carbap, Coninagro, la nueva pequeña burguesía de la Federación Agraria y, como si faltara algo para cerrar esta pastoral política que ya había ubicado a la derecha a una mujer de izquierda, lo inesperado: un cura paisano desde este extraño púlpito implorando a una nueva figura sagrada, a la Virgen Gaucha, rezando todos juntos un Padre Nuestro –mientras le extraen a la Tierra Madre todos sus nutrientes hasta dejarla exhausta–. Eso sí: ningún “negro” trabajador en negro los acompañaba.
Este golpe de “los dueños de la tierra” –expresión acuñada por David Viñas– no habría sido posible sin el apoyo cómplice y monopólico de los media. El monopolio del poder mediático fue primero aliado de la dictadura genocida, junto con el poder económico y el religioso. Aliado que sirvió, y sigue sirviendo, para desactivar el espacio corporal y subjetivo de la ciudadanía: impedir que pueda tomar conciencia y cuerpo sobre la verdad de lo que nos pasa. Son el instrumento de la “dictadura del saber único” en el del dominio económico y político de la globalización financiera. Son los que han ido modelando la conciencia y el imaginario, las pocas valencias libres que el pavor del genocidio había dejado disponibles en los sujetos aterrados de la ciudadanía.
Los que valoramos a la palabra como ejercicio privilegiado de una actividad de intercambio social por excelencia, que se define como “el habla”, la “lengua” o “el pensamiento”, base de la humanización que define nuestro ser o no ser hombres, hemos sido despojados de su uso social y hemos sido excluidos del espacio público. Nos han limitado, ante el avance técnico de las comunicaciones, a ejercerla sólo en los ámbitos restringidos abiertos hace siglos por la galaxia Gutemberg: a los libros y a las revistas especializadas que sólo son legibles para un público minoritario. En pocas palabras: hemos sido expropiados y expulsados del espacio social público, nos han despojado del derecho humano de la expresión escrita o hablada. Es como si todos debieran leer un único libro: el que ellos escriben.
La verdad circula sólo por lo que ellos permiten que se exprese y sus empleados –periodistas se llaman– repiten o dicen lo que el patrón les manda: en los media ha triunfado la dictadura del propietariado.
El papel de los “intelectuales”
¿Es posible que la universidad argentina, donde se elabora el saber “objetivo” y “científico” del conocimiento –el saber de los argentinos sobre nosotros mismos–, no tenga ni un canal de TV para difundir, en cada caso, un “saber” verdadero sobre cada circunstancia política, económica, técnica y social que es su función pedagógica innegable? ¿Debemos seguir aceptando que la función pedagógica para las grandes mayorías haya sido delegada en los grupos financieros que la organizan en provecho propio desde los media? Si rechazamos la privatización de la enseñanza por sectaria –que fue avanzando sobre todo luego de los golpes militares y económicos–, ¿podemos aceptar que el espacio público de la comunicación social siga expropiado por el capital privado?
No se trata entonces sólo de salir a decir que la tierra forma parte de un todo más amplio que es la nación misma. Habría que decir también que el “espacio” de los media es propiedad de la nación, de esa misma tierra etérea por donde la comunicación circula, que también su soberanía nos fue expropiada por los sucesivos golpes militares y económicos. El golpe económico del campo se apoya en la supervivencia, sobre la estela del golpe militar del ’76: la amenaza del hambre se inscribe en la misma línea moral genocida que la amenaza de extermino de la vida. Y que si una buena parte de la ciudadanía está confundida y ya no entiende nada es porque esos mismos medios van cotidianamente ablandando y configurando el imaginario y la conciencia de la población argentina, que termina pensando contra sí misma.
Lo extraño es que recién, por primera vez desde los medios, la presidenta de la República –y porque accedió a ellos en un momento culminante– aparezca exponiendo masivamente un saber antes cautivo, y le comunique a toda la población una parte de la trama trenzada de los intereses turbios, hasta ese momento desconocida para la mayoría de los argentinos: ligar el genocidio militar con los media y con la economía. Intereses que están en juego nuevamente en este momento crucial en que el poder económico quiere sitiar al gobierno democrático para volver a despojarnos de lo poco ganado, y cuando todavía falta tanto. Y no es extraño que una ilustrada figura universitaria, prohijada por los media, le contestara para amonestarla: “No era el momento adecuado para que la presidenta de la República esbozara su tesis historiográfica sobre la complicidad de cualquier sector de la producción agraria con el golpe militar”. Está claro: la “verdad” no es para que la sepa la mersa, sólo debe quedar circunscripta a las “tesis” de la academia universitaria. Que aparezca difundida desde el discurso de la primera figura política en la democracia, y sea difundida por los medios... ése es el pecado. Y nos está dando el ejemplo de aquello que los escritores debemos rendir para acceder a los medios públicos: sólo si aceptamos que la verdad llamada académica quede, clandestina, dentro de los claustros. Si renunciamos a decirla en público.
Esperemos que el Verbo, propiedad privada de los media, no sirva sólo de responso para una conciencia nacional difunta.

lunes, 5 de mayo de 2008

Los pobres ya no son haraganes, sino incultos


Organizada para Argentina y Chile, en julio del 2000 se realizó una teleconferencia con Pierre Bourdieu (1930-2002) que se transmitió en directo desde París. Parte de lo que allí se dijo fue publicado por el diario "Pagina 12"


"Tenemos que usar la sociología con nosotros." Con esa sugerencia, –Las reglas del arte, La miseria del mundo– ponía fin a las casi tres horas de videoconferencia que lo habían enlazado con un auditorio que lo escuchó como en misa y luego, ordenadamente, intervino. Curioso, las preguntas largas, oscurecidas por la jerigonza especializada, fueron contestadas por uno de los intelectuales más prestigiosos de Francia con una insolente sencillez. No podía ser de otro modo viniendo de quien cree que la función del sociólogo es revelar lo que permanece oculto y apunta sin piedad contra un doble enemigo: el "esteticismo filosófico" y el "aristocratismo social".Bourdieu comenzó su exposición definiendo la actualidad del capital financiero, "distribuido en grandes compañías de seguro y fondos de inversión y de pensión (...) una máquina infernal, sin sujeto, que impone sus leyes a los Estados mismos" y donde "la búsqueda del beneficio a corto plazo comanda toda la política de reclutamiento, la remuneración y la falta de planificación". Un mecanismo "fundado en la institución de la inseguridad (...) de la precariedad".

En Estados Unidos, recordó, los salarios permanecen bajos, aunque la desocupación sea también baja". Hijos de ese nuevo orden son la mano de obra del telemarketing, un "taylorismo de los servicios" que se nutre de "estudiantes fracasados, técnicos reconvertidos, frágiles" o las cajeras de supermercados, "trabajadores en cadena, obreros especializados de la nueva economía". Una economía dualista "semejante a la que observé en Argelia en los 60", con un "ejército de reserva sin futuro, condenado a sueños milenaristas y minorías privilegiadas de trabajadores estables" en un polo y "en el otro extremo del espacio social, los dominantes-dominados, los ejecutivos, la clase que vive bajo la presión de la urgencia, gana mucho dinero y casi no tiene tiempo para gastarlo", "internacionales", "políglotas"."El mito de que Internet debía cambiar las relaciones entre Norte y Sur está desmentido (...) En el seno de las sociedades más ricas –concluyó– el dualismo reposa en la distribución desigual del capital cultural", generando un verdadero "racismo de la inteligencia". Los pobres "ya no son oscuros, haraganes, sino imbéciles, incultos (...) Los excluidos son confinados al refugio de la nacionalidad y el nacionalismo". La situación, para Bourdieu, invita a los investigadores, a los intelectuales a movilizarse, a construir "una real-politik de la razón".El panel quiso saber, a esa altura, qué queda para la sociología ante un panorama determinado por la economía. El sociólogo más respetado de Francia fue claro: hay que "discutir y tratar de destruir la frontera entre economía y sociología. Los sociólogos aceptan como evidente esa división del trabajo que se ve hasta en la división de los ministerios. Hay ministerios de economía y ministerios de asuntos sociales (...) Los economistas a veces tienen razón cuando dicen que los sociólogos son ingenuos". El sociólogo, agregaría más tarde, puede observar qué rol cumple el Estado en la sociedad actual (...)En el caso de Francia, un ministro socialista de Economía decidió la desregulación de la economía y contribuyó al desarrollo del poder del mercado (...) "La defensa del Estado es algo ambiguo. No se puede defender al Estado de cualquier manera. Hay que defenderlo y al mismo tiempo permanecer críticos (...) El Estado es un instrumento potencial de regulación de los mecanismos económicos, pero tiene una lógica propia de burocratización que hay que controlar". Bourdieu, sin pelos en la lengua, hizo referencia a las obligaciones de sus colegas: "Los sociólogos pueden advertir lo que se prepara, lo que está por venir".No pueden decir cuántos asesinatos habrá, pero pueden advertir que si se profundiza el gap ocurrirán cosas terribles". De lo contrario, "corre el riesgo de no asistir a personas en peligro. Si un astrónomo sabe que va a caer un meteorito y no lo dice, es un crimen". Ya sobre el cierre, planteó lo que pareció una velada exigencia, porque "los sabios, los buscadores (¿investigadores?) –más que los intelectuales–" deben salir de la torre del marfil, lo que no es contradictorio con su autonomía, y ofrecerle a la sociedad sus logros para que puedan ser usados (ver Los intelectuales...).Según este hombre que el martes 12 de diciembre de 1995, en medio de una poderosa, revulsiva huelga del transporte, se presentó en el salón de actos de la compañía nacional de ferrocarriles, para decirle a los obreros franceses que les daba su apoyo en la lucha contra "la destrucción de una civilización que es, asociada al servicio público, la de la igualdad republicana de los derechos", los sabios, los buscadores, tienen cuatro desafíos: encontrar una traducción que haga sensibles las cuestiones abstractas; destruir la falsedad; encontrar la verdad; encontrar los instrumentos para darle fuerza a la verdad", a la "verdad provisoria", "a la verdad ahora".Los intelectuales y la torre de marfil: "El trabajo intelectual está disperso, atomizado, reducido a publicaciones marginales o revistas especializadas. Los intelectuales deben salir de sus torres de marfil y generar un debate público." Bourdieu gesticulaba desde París en la pantalla gigante. La videoconferencia era seguida en vivo y en directo por salas atiborradas de estudiantes y docentes en Santiago de Chile, Córdoba y Buenos Aires. "Hay que crear una estructura de investigación internacional que invente lazos con los sindicatos, asociaciones. Los académicos no pueden solos", sostuvo, en tolerable castellano."Los intelectuales suelen reservar sus conocimientos para escribir papers que leen veinte personas. Hay que liberar la energía crítica que está encerrada en las torres de marfil, mezclarse en el debate", insistió. "Hace falta una verdadera discusión pública. No como esos charlatanes improvisados que ocupan la radio, los diarios y la TV", siguió, mientras sorteaba bruscos accesos de tos, transmitidos en directo desde París. Después de exponer por poco más de media hora sobre "El sociólogo y las transformaciones recientes de la economía en la sociedad", ya sin papeles en las manos, durante dos horas Bourdieu tuvo que responder las cuestiones planteadas por los universitarios latinos. En la trasmisión no faltaron vacilaciones y equívocos que la cámara, fija en su rostro, exhibió sin misericordia."¿Estamos ante el fin de la sociología?", quiso saber alguien en Chile. La sala porteña, poblada de aspirantes a sociólogos, se llenó de risas. En pantalla, el intelectual vaciló. "No estoy seguro de entender la pregunta –replicó–. Habría que pensar quién dice esto, qué intereses tiene. Creo que es una dimensión del odio a la sociología, que es una ciencia que crea problemas, que incomoda", dijo, parafraseando a sus propios escritos. "¿Qué posibilidad hay de producir discursos alternativos al neoliberalismo?" fue la primera de las cuatro preguntas que se formularon desde Buenos Aires, elegidas entre las muchas que llegaron por mail al Centro Cultural Rojas."Ahora, en Francia, todos se interesan por el béisbol. En el país de la cocina, la gente prefiere los Mc Donalds. Los efectos de la dominación simbólica son muy difíciles de resistir. Son fenómenos cuasirreligiosos que atraviesan el inconsciente, la forma de presentar el cuerpo y la propia imagen que se tiene de sí mismo."Bourdieu también atendió el problema del financiamiento externo de la investigaciones académicas. "Muchos de los temas investigados son producidos por las propias instituciones que financian las investigaciones. Y el poder no paga por estudiar al poder, sino para mejorar los efectos de la dominación. En vez de estudiar problemas impuestos, habría que crear un campo de conocimiento autónomo." Y, de ahí en más, se despachó con el lugar que le compete al intelectual en la crítica del neoliberalismo: "Los intelectuales tienen un rol importante. Pero deben cumplir con dos condiciones: no quedarse encerrados en su torre de marfil e inventar la manera de divulgar sus verdades. La verdad, decía Spinoza, no tiene fuerza por sí sola. Deben ser parte del movimiento junto con los sindicatos y todas las asociaciones que den fuerza a la crítica. Los intelectuales solos, ça c'est fini" (eso se terminó). "Esperemos proseguir otra vez, de otra manera: face to face", deslizó como despedida. Mientras los aplausos empezaban a sonar en el auditorio, la pantalla congelaba la sonrisa de Bourdieu que saludaba con la mano en alto.